El texto que aquí reproducimos se halla entre las páginas 180-182 del citado libro.
"27.- La representación del Sistema Solar
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La superposición de cielos concéntricos es la ofrecida por el Génesis, y por ser éste un libro sagrado, a ella se ajustan las representaciones sagradas y judías. La portada románica, poco influida por la cultura arábiga, resume así los arcos sucesivos: el arco se apoya en pilares, como el cielo en las columnas de los puntos cardinales de muchas cosmologías antiguas. El número de arcos concéntricos de la portada varía como también los cielos, esferas o niveles celestes según la concepción del artista. Cuando la construcción es importante, y al no poder reflejar exactamente esta cosmología ptolemaica en la portada, se complementa con las formas del rosetón u ojo de buey.
¿Por qué este interés en plasmar arquitectónicamente un concepto cosmológico en el edificio? Debido, en parte, al poder protector del símbolo, y al de la semejanza macro/microcósmica, pero en esencia porque si las leyes cosmológicas descubiertas son realmente fundamentales y representan la estructura íntima del Universo y la causa de su permanencia, los edificios o construcciones siguiendo aquellas tendrán una máxima duración, como sus mismas leyes constructoras. En el fondo puede suponerse un sentido mágico, pero éste pertenece a una realidad sentida en el fondo del espíritu, que sabemos que es lo que permanece y ha de subsistir al final.
Con el desarrollo matemático de los epiciclos, representando el movimiento planetario, paralelamente se refleja esta tendencia en el arte, y pasa a las construcciones árabes. Nótese que también sigue la misma tendencia el arte visigótico en su arco de herradura, reflejo de esta misma cosmología, consecuencia de una evolución científica general, que en los países cristianos se truncó al ser invadidos, y asociarse la ciencia a lo musulmán religioso, donde a su vez los cristianos se aferraron al concepto bíblico retrocediendo su concepto cosmológico. Finalmente, pese a todo, se propagó más tarde también a ellos de una parte en el arte mozárabe, y de otra en la complicación de las mismas portadas románicas (arte lombardo) con los arcos lobulados.
El número y significación de los arcos o cielos en el románico clásico es variable según la particular concepción del artista: unas veces el último arco exterior está formado por figuraciones de estrellas (cielos de estrellas fijas), otras veces vemos allí el cielo de los bienaventurados (iglesia de la Magdalena, Zamora), y en otra más el arco exterior representa el zig-zag simbólico de las aguas (aguas superiores contrapuestas a las inferiores, en el Génesis) y finalmente en algunas, también las ondas como símbolo de aguas o motivos musicales. Estos últimos, sin embargo, representación de los coros angélicos, o su equivalente de las sirenas de Platón, son tomados en la tradición cristiana del Apocalipsis de San Juan, representándose con los músicos celestiales (Pórtico de la Gloria, Santiago), y con las mismas imágenes pasan al arte gótico. También la equivalencia de los coros (música, ondas) se figura por ángeles (alas, ondas) en el último arco, en ocasiones.
La utilización de los arquillos (epiciclos) se combina con los sistemas numéricos pitagóricas y la kábala, aplicándose números sagrados, tres, cinco u otros, ajustándose a las dimensiones del arco principal. En el románico se introduce la misma idea en los arquillos de los epiciclos en el arco lombardo, donde cabalgan sobre un arco fajón (círculo deferente) que les sirve de guía (ejemplos en Portomarín [Lugo] y otros). En cualquier caso los arquillos son siempre, como epiciclos situados en las esferas planetarias, interiores al arco exterior que los envuelve a todos ellos y representa la bóveda de las estrellas fijas o del empíreo. La fundación simbólica de dichos arquillos se observa casi pura en San Juan de Busa (Huesca) mozárabe, o en los epicicloides del claustro de San Juan de Duero (Soria) de influencia arábiga históricamente contrastada.
Como es regla general, todas estas figuras se convierten, especialmente al pasar por puntos de crisis, y aquí es el periodo de los Siglos XII/XIII, en naturalizaciones y personificaciones en formas vegetales humanas que desembocan claramente en el arte gótico, con símbolos disfrazados en medio de la hojarasca de la ornamentación, que culmina más tarde en el plateresco en España, y el barroco, donde es cada vez más difícil seguir la pista de un símbolo determinado y de su significación. A esto se añade, en el arte religioso cristiano, la restricción sobre símbolos o figuras que no representen la historia cristiana a partir del Concilio de Trento (1545-63), con lo que la tradición simbólica se propaga por cauces secundarios, eliminándose de las grandes obras de construcción. Como contrapartida, el Renacimiento trae consigo una reviviscencia de los símbolos y mitos griegos y romanos, pero más como arte figurativo que como meramente simbólico".