El asteroide número 238, un cráter, así como un sistema de canales de la Luna o las fuentes del procesador de textos de nuestro ordenador llevan su nombre. Es protagonista en las viñetas del célebre cómic El Corto Maltés así como de la novela Baudolino de Humberto Eco y de la recientemente obra publicada por la editorial Espasa, El Jardín de Hipatia de la historiadora Olalla García. Tiene un papel destacado en uno de los capítulos de la serie televisiva "Cosmos" de Carl Sagan y la hallamos retratada en el cuadro La Escuela de Atenas de Rafael junto a los grandes del conocimiento antiguo -Platón, Aristóteles, Parménides, Averroes y Pitágoras- en los Museos Vaticanos. Ahora, el oscarizado director de cine Alejandro Amenábar, le rinde homenaje rescatándola del olvido en una superproducción al más puro estilo americano, con guión del propio Amenábar y con la producción -que ha contado con un presupuesto de 50 millones de euros- de Telencinco, Cinema y Sunmin Park. Ágora, el título del film rodado en Malta, grabado íntegramente en inglés y que será estrenado este mes en los cines de nuestro país. La historia nos traslada a la ciudad de Alejandría y a las revueltas religiosas de los primeros cristianos para describirnos una dramática historia de amor entre Orestes, interpretado por el actor Oscar Isaac e Hipatia, interpretada por Raquel Weisz. Un largometraje que muestra parte de la biografía de una mujer -mártir de la ciencia para unos y víctima de la intolerancia y del integrismo católico para otros- que fue el bastión del conocimiento y del saber, el último estandarte del paganismo, sobre la que todavía hoy se ciernen muchas preguntas sin respuestas que ahora regresan del silencio.
¿Quién fue Hipatia de Alejandría?
Como señalan todos los historiadores nació en una familia acomodada e influyente entre los años 355 y el 370. Hija de Teón de Alejandría -ilustre filósofo, matemático, astrólogo, posiblemente el último director del Museo de Alejandría y referencia dentro de los estudios heterodoxos de la antigAzedad-, pronto despuntó como una mente brillante y adelantada a su tiempo. Su capacidad de asimilación y estudio fue la razón por la cual su padre decidiera tutelarla desde muy niña en diferentes áreas como la adivinación, la astrología, la alquimia y otras ciencias. Teón le enseñó -gracias a sus proféticos escritos sobre el eclipse solar que tuvo lugar en junio del 364 y el lunar que aconteció el mismo año y a los trabajos sobre el astrónomo Aristarco de Samos, precursor en el estudio de eclipses y mediciones entre la Tierra y el Sol, además de referencia al no considerar nuestro planeta como el centro del universo- un pensamiento y forma de vida basado en la cosmogonía. Hipatia se instruyó en la realización de cartas astrales, en la influencia de los astros -gracias a Eón, dios del Tiempo Eterno y quien alberga las esferas planetarias- en el ser humano y la naturaleza.
Conocida por su gran belleza, lo cierto es que fue su inteligencia la que además provocó que se encomendara su enseñanza al filosofo Proheresio de Alejandría y con ello fuera iniciada en el neoplatonismo. Un aprendizaje que incluso, como señala el escritor Alberto Granados en su obra ¿Es eso cierto? y dejó escrito el historiador Edgard Gibbon, la llevó a viajar a Atenas, entre otras ciudades, para el estudio de la ciencia y donde se empapó de nuevos conocimientos escuchando a Plutarco -escolarca comentarista de Aristóteles y de Platón quien instruía el magisterio en ocultismo filosófico basado en los Oráculos caldeos- y asistiendo a las clases de iniciación junto a otra ilustre fémina, Asclepigenia, hija de Plutarco.
El esplendor cultural alejandrino
Hipatia, a su regreso a tierras faraónicas, se convirtió en ayudante de su padre Teón en el Museo y el Serapeum de Alejandría. Juntos estudiaron la bóveda celeste, la naturaleza, las matemáticas, las doctrinas filosóficas imperantes, transcribieron textos y ampliaron las investigaciones de sus contemporáneos estudiosos hasta que, tras la muerte de su progenitor, se convirtió en la mente más brillante de los territorios orientales.
"Había una mujer en Alejandría que se llamaba Hipatia, hija del filósofo Teón, que logró tales alcances en literatura y ciencia, que sobrepasó en mucho a todos los filósofos de su propio tiempo -escribió Sócrates Escolástico-. Habiendo sucedido a la escuela de Platón y Plotinio explicaba los principios de la filosofía a sus oyentes, muchos de los cuales venían de muy lejos para recibir su instrucción".
Su fama no tenía límites como profesora de matemáticas, astronomía, astrología, filosofía y magia egipcia. Ella representaba el estandarte, la máxima autoridad científica y filosófica en Alejandría y hasta su casa, donde impartía las clases, llegaban gentes de todo el mundo. Entre sus alumnos y discípulos más destacados estaban Silesio de Cirene, futuro obispo de Ptolemaida, Herculiano -probablemente hermano de Flavio Tauro, miembro de la Corte Imperial que llegó a convertirse en el hombre más importante del Imperio de Oriente después del emperador Teodosio III-, el gramático y gobernador de Libia Superior Herquio de Alejandría, sacerdotes como Teotecno e incluso el que sería prefecto imperial de Alejandría, Orestes.
Enseñanzas que cobraban forma en sus ingenios para la observación astronómica y con ellos la comprensión del firmamento, en los diseños del astrolabio plano, en la invención del destilador de agua o el planisferio así como numerosos artilugios de carácter científico además de cuarenta y cuatro libros entre los que se encuentran los 13 volúmenes de comentarios a la Aritmética de Diofanato, el Corpus astronómico o los 8 volúmenes del tratado sobre las Coniche de Apolunio. Una magnánima obra a la que habría que sumar los perdidos comentarios al Canon Astronómico de Ptolomeo así como a las Secciones cónicas de Apolunio de Pérgamo junto a los numerosos escritos que no firmó y que forman parte de los trabajos de Teón.
Una sabiduría que iba en perfecta armonía con la espiritualidad que profesaba. Con el estilo de vida propio de la filosofía que representaba y con el que buscaba a través de la meditación y el ascetismo trascender del plano físico y seguir las señales del cosmos que informaban del pasado y futuro. Consagrando su existencia a la sabiduría e inteligencia. Alejada de los excesos de su tiempo. Aborreciendo las pasiones propias de sus contemporáneos. Viviendo en completa austeridad, despreciando desde el lujo, el culto a la belleza y hasta la vida sexual. Un cuerpo y una mente en magistral estado y armonía con el anhelo de llegar a un ser perfecto que le condujo a un trágico final y al mito que es en la actualidad.
El principio del fin
Y es que a Hipatia le tocó vivir tiempos duros. La época en la que Egipto era sede de una de las comunidades cristianas más importantes del Imperio junto a Jerusalén, Antioquia y Constantinopla. Donde Teodosio I, Patriarca de Alejandría y gobernante de prestigio e influencia, había convertido el catolicismo en religión de estado con el Edicto de Tesalónica en el 380 a. de C. Una acción con la que se impuso la ortodoxia nicena y que convirtió en herejía cualquier doctrina que no siguieran los dictados de la Iglesia. Movimientos filosóficos, prácticas mágicas y religiones perseguidas sistemáticamente que vivieron su máximo apogeo de virulencia con el cierre de cualquier santuario hereje por orden del emperador tan solo una década más tarde.
Los envites cristianos en Alejandría -que comenzaron con Teodosio y el apoyo imperial desde Constantinopla- continuaron y se recrudecieron bajo el mandato de su sucesor Cirilo. Se arrasaron los templos, las capillas e incluso los monasterios del desierto habitados por cristianos "heréticos". Un ambiente en el que los filósofos neoplatónicos sufrieron toda clase de presiones, amenazas y coacciones por no dejar su filosofía y prácticas esotéricas. Muchos de ellos, cansados de la situación, aceptaron la nueva fe pero Hipatia no claudicó y optó por no abandonar sus creencias, formas de pensamiento y ciencia. Un encono político y religioso entre paganos y cristianos que finalmente provocó que, en una de la muchas revueltas de los integristas católicos, fuera vilmente asesinada y después despellejada con conchas marinas a plena luz del día, en la calle, en el mismo lugar donde se encontraba el templo al dios Serapis, por los monjes nitrianos -una especie de juventudes nazis- de Cirilo. Pero ¿cuáles fueron los motivos por los que fue asesinada?
Si bien algunos autores apuntan que fue víctima de la envidia del obispo Cirilo, hoy san Cirilo, al ser incapaz de soportar la popularidad, sabiduría y poder que tenía Hipatia entre las gentes del pueblo, lo cierto es que las causas reales estarían cimentadas en la guerra político-religiosa que se estaba desarrollando en aquellos primeros años del cristianismo. Aunque nunca lo lleguemos a saber con certeza, existen diversas teorías que explican el asesinato de Hipatia. Desde la intolerancia del obispo Cirilo al paganismo y más concretamente al neoplatonismo. Pasando por la influencia de Hipatia en las altas clases de Alejandría y más concretamente sobre el prefecto imperial Orestes, al cual tenía como amigo y discípulo. Quizás como venganza por la muerte del monje Amomio ordenada por Orestes. Por la rabia verbalizada por Hipatia contra Teofilo primero y Cirilo después tras la destrucción de la biblioteca en el año 391. Y, por último, quién sabe si como parte de un terrorífico plan de advertencia a Orestes por parte de Cirilo.
Sea como fuere, su muerte supuso el fin a una era marcada por el conocimiento y el saber. Para muchos, ella fue el decadente reflejo de la resplandeciente cultura alejandrina y el último gran personaje de la antigAzedad. Con su asesinato se rubricó el fin del Mundo Antiguo y el comienzo de la Edad Media. Y, como descubrirán en la película Ágora de Amenábar, el ocaso de una forma de pensar distinta a cualquier otra en la que el ser humano buscaba la unión con la naturaleza y el cosmos con un estilo y forma de vida basado en el equilibrio interior, la observación y la armonía con la naturaleza.
La Biblioteca de Alejandría
Fue creada por en el siglo III a. de C. por Ptolomeo. La Biblioteca de Alejandría surgió como complemento al faraónico centro de conocimientos y saber que se había instaurado en la capital egipcia con la creación del Museo. El complejo es hoy para muchos historiadores, la primera Universidad. No en vano el Museo y la Biblioteca de Alejandría fueron la primera iniciativa del ser humano por albergar conocimiento y donde experimentar con él. El buque insignia del saber en la antigAzedad era un centro de investigación perfectamente estructurado. Un observatorio para la observación celeste, sala de anatomía para la comprensión del cuerpo humano, jardines botánicos y zoológicos para el estudio de la naturaleza, aulas de ingenios mecánicos, de escritura y copias de textos componían esta construcción compuesta por un total de diez salas especializadas en diferentes materias que tenía como auténtica joya su biblioteca.
Una biblioteca que llegó albergar cerca de 500.000 volúmenes, gracias, entre otras cosas, a la policía cultural que requisaba cualquier trabajo que llegaba hasta el puerto de Alejandría para ser copiado, archivado y clasificado para su consulta y estudio y posteriormente devuelto. Entre los ilustres nombres que llevaron los designios de la Biblioteca figuran Zenódoto de Éfeso, Calímaco de Cierne, Apolunio de Rodas, Eratóstenes, Aristófanes de Bizancio, Apolunio Eidógrafo, Aristarco de Samotracia...
Un centro de saber que sufrió al menos dos incendios a lo largo de su historia. El primero se cree que tuvo lugar en el año 48 a. de C. Fue durante el conflicto entre Cleopatra y su hermano Tolomeo XIII por el poder. Julio César, que apoyaba a Cleopatra, para repeler el ataque del general egipcio Aquila, mandó quemar unos barcos que había en el puerto para evitar que cayeran en sus manos. El incendio pudo llegar hasta la Biblioteca, aunque sólo dos autores de la época como Plutarco en La vida de César y Séneca hablan del incendio en sus textos.
El segundo incendio y que fue el que se cree terminó con ella tuvo lugar en el reinado del emperador Teodosio, al final del siglo IV. Fue entonces cuando Teófilo, obispo de Alejandría destruyó el Serapeum y la Biblioteca, por mandato del emperador que prohibió las religiones paganas y todo lo relacionado con ellas.
Hoy, recordando aquel tiempo de esplendor, podemos acudir a una nueva Biblioteca que rememora a su antecesora -construida con una inclinación de 16 grados hacia el mar y un techo de vidrio y aluminio que hace que se reflejen los rayos del Sol en un homenaje al celebre Faro que en su día existió- y que se encuentra ubicada en el malecón. Pero el enigma sigue latente en torno a la Biblioteca de Alejandría y las obras que guardaba. Tablillas, pergaminos, grabados, manuscritos que cambiarían la historia del ser humano.